Comentario previo: El año 2007 el periodista británico Christopher Hitchens (seguramente, junto a Dawkins, uno de los pensadores que más seria y fundadamente ha criticado a las religiones en el mundo) escribió este ensayo donde realiza una extensa y documentada crítica a la religión, sus fundamentos y alcances éticos morales. Creyentes o no, lo importante es conocer el otro lado de la moneda. El lado más común, desde luego, lo construye la verdad que nos muestra el libro más vendido y leído en la historia de la humanidad: la Biblia. Dejo un extracto de su libro y, además, el libro completo en PDF (en español y en inglés). Espero disfruten.
Miguel Ángel Merino
DIOS NO ES BUENO (Christopher Hitchens)
En el corazón de la religión reside una paradoja esencial. Los tres grandes monoteísmos enseñan a las personas a considerarse seres abyectos, pecadores desgraciados y culpables postrados ante un dios airado y celoso que, según versiones discrepantes, los modelaron o bien a partir del polvo y el barro o bien de un coágulo de sangre. Las posturas para la oración suelen ser imitación de la de un siervo suplicante ante un monarca malhumorado. El mensaje que transmiten es de continua sumisión, gratitud y temor. La vida misma es algo malo: un intervalo en el que prepararse para la otra vida o el advenimiento (o segundo advenimiento) del Mesías.
La religión enseña que dios se preocupa por ellos individualmente y afirma que el cosmos fue creado pensando específicamente en ellos.
Como los seres humanos son por naturaleza solipistas, todas las formas de superstición gozan de lo que podría denominarse una ventaja natural.
Así pues, ¿por qué no iba a estar tentado y creer que, de algún modo misterioso, el firmamento ha sido ordenado en torno a mí, o, descendiendo algunos órdenes de magnitud, que las fluctuaciones de mis avatares personales revisten un cautivador interés para un ser supremo?. Uno de los muchos defectos de mi diseño es mi propensión a creer o a desear esto, y aunque, al igual que muchas otras personas, he recibido la suficiente educación para no creerme semejante falacia, tengo que reconocer que es innato.
El deseo humano de otorgar mérito a las cosas buenas calificándolas de milagrosas y de atribuir las malas a cualquier otra explicación parece ser universal. En Inglaterra, el monarca es el jefe hereditario de la Iglesia, así como el jefe hereditario del Estado: William Cobbet señaló en una ocasión que los propios ingleses se presentan servilmente a colaborar con semejante estupidez al referirse a la “Real Casa de la Moneda” pero, por el contrario, a “la deuda nacional”. La religión hace esa misma trampa; y del mismo modo; y ante nuestros propios ojos.
Dada esta apabullante proclividad hacia la estupidez y el egoísmo persistente en mí mismo y en nuestra especie, resulta un tanto sorprendente descubrir que la luz de la razón lo atraviesa todo. “Contra la estupidez, luchan en vano los propios dioses”. Es en realidad por medio de los dioses como convertimos nuestra estupidez y credulidad en algo inefable.
El argumento del “diseño”, que es producto de este mismo solipsismo, adopta dos formas: la macroscópica y la microscópica. Aquí encontramos el popular ejemplo del hombre primitivo que se encuentra un reloj en funcionamiento. Tal vez no sepa para qué es, pero puede distinguir que no es una roca ni un vegetal y que ha sido fabricado, y fabricado incluso para algún propósito. Paley quiso extender esta analogía tanto a la naturaleza como al ser humano.
Los tribunales estadounidenses han protegido a sus ciudadanos de que les inculquen en las aulas de forma obligatoria la estulticia “creacionista”, podemos hacernos eco del otro gran victoriano, lord Macaulay, y decir que “cualquier colegial sabe” que Paley puso su estridente y agujereado carromato.
En el universo hay anomalías, misterios e imperfecciones que ni siquiera dan muestras de adaptación, y menos aún de selección
Hasta lo primero que se supo sobre la simetría relativamente consoladora del sistema solar, con su tendencia en todo caso hacia la inestabilidad y la entropía, disgustó lo bastante a sir Isaac Newton para que propusiera que dios intervino cada dos por tres para volver a colocar las órbitas en situación estable.
Las en apariencia hermosas y exclusivas condiciones que han hecho posible que se dé una vida inteligente en la tierra deben impresionarnos únicamente a causa del escalofriantes vacío de todos los demás lugares. Pero, claro, con lo vanidosos que somos, ¿cómo no nos iba a impresionar? Esta vanidad nos permite pasar por alto el insoslayable hecho de que, de todos los demás planetas de nuestro sistema solar, el resto son o bien demasiado fríos o bien demasiado cálidos para albergar algo que pueda reconocerse como vida. Eso mismo, según parece, sucede con nuestro hogar planetario azul y redondeado, en donde el calor pugna con el frio para convertir a grandes extensiones del mismo en eriales inútiles, y donde hemos acabado aprendiendo que vivimos, y hemos vivido siempre, en el filo de un cuchillo climático. Entre tanto, el sol se prepara para estallar y devorar a los planetas dependientes de él como si fuera algún jefe o deidad tribal celosa. ¡Menudo diseño!
Esto por lo que respecta a la macrodimensión. ¿Qué hay de la micro? Desde que se vieron obligados a participar en esta discusión, cosa que hicieron con gran reticencia, las personas religiosas han tratado de hacerse eco de la admonición de Hamlet a Horacio de que en el cielo y la tierra hay más cosas de las que sueñan los simples seres humanos.
Cuando en el siglo XIX se empezaron a descubrir y estudiar los huesos de los animales prehistóricos, había quien decía que los fósiles habían sido depositados en las piedras por dios con el fin de poner a prueba nuestra fe. Esto no se puede refutar. Tampoco se puede refutar mi teoría particular de que, a partir de las pautas de conducta observables, podemos inferir un diseño que convierte al planeta Tierra, sin que tengamos datos de ello, en una colonia-prisión y sanatorio mental de lunáticos que utilizan como vertedero civilizaciones remotas y superiores. Sir Karl Popper me enseñó a creer que una teoría que no se puede refutar es en ese sentido una teoría débil.
Ahora nos dicen que unos órganos son tan asombrosos como los ojos humanos no pueden ser fruto de una casualidad, por así decirlo, “ciega”.
La anatomía del ojo humano nos ofrece evidencias de cualquier cosa menos de un diseño “inteligente”. Está construido del revés y hacia atrás. Para que la visión fuera óptima, ¿por qué un diseñador inteligente construiría un ojo del revés y hacia atrás?
La razón por la que somos tan miopes es porque hemos evolucionado a partir de bacterias ciegas con las que ahora hemos descubierto que compartimos ADN.
Si bien es cierto que somos los animales más superiores y más inteligentes, las águilas tienen unos ojos que hemos estimado que son unas 60 veces más potentes y sofisticados que los nuestros, y que la ceguera, a menudo causada por parásitos microscópicos que representan por sí solos un milagro de la inventiva, es uno de los trastornos más antiguos y trágicos conocidos por el ser humano. ¿Y por qué conceder un ojo superior (o, en el caso del gato o el murciélago, también un oído) a una especie inferior?
El verdadero milagro es que nosotros, que compartimos genes con las bacterias que originalmente desencadenaron la vida en nuestro planeta, hallamos evolucionado tanto como lo hemos hecho.
Quienes, no sin resistencia, han cedido a las apabullantes evidencias de la evolución, tratan ahora de colgarse una medalla por reconocer su derrota. La verdadera magnificencia y variedad del proceso, desean decirnos ahora, corrobora la existencia de una mente directora y creadora. Así deciden dejar en balbuciente ridículo a su pretendido dios y hacer que parezca un hojalatero, un chapuzas y un metepatas que tardó millones de años en dar forma a unas cuantas figuras duraderas mientras amontonaba un depósito de chatarra y fracaso. ¿Ese es el respeto que sienten por su dios? Afirman con imprudencia que la biología evolutiva es “únicamente una teoría”, lo cual delata su ignorancia sobre el significado de la palabra “teoría”, así como del significado de la palabra “diseño”. Una teoría es algo que si se me permite la expresión, evoluciona para ajustarse a hechos conocidos. Si es una teoría correcta, sobrevive a la introducción de hechos desconocidos hasta la fecha. Y se convierte en una teoría aceptada si puede realizar predicciones precisas acerca de objetos o acontecimientos que todavía no se han descubierto o no se han producido.
Entre los evolucionistas hay muchas disputas acerca de cómo se produjo este complejo proceso y, ciertamente, acerca de cómo empezó. Francis Crick se permitió incluso coquetear con la teoría de que la vida fue inseminada en la tierra por bacterias desprendidas al paso de un cometa. Todas estas disputas se resolverán utilizando métodos científicos y experimentales que han demostrado serlo. Por el contrario, el creacionismo o argumento del diseño inteligente (su única inteligencia reside en su solapada redenominación de sí mismo) no es ni siquiera una teoría. Pese a toda su bien financiada propaganda jamás ha tratado siquiera de demostrar como un solo pedazo de la naturaleza se explica mejor mediante el diseño que mediante la competencia evolutiva. Por su parte, se disuelve en tautologías pueriles. Uno de los cuestionarios de los creacionistas pretende ser un interrogatorio al que contestar con un sí o con un no como el que sigue:
¿Conoce usted algún edificio que no tuviera arquitecto?
¿Conoce usted algún cuadro que no tuviera pintor?
¿Conoce usted algún coche que no tuviera fabricante?
Si ha respondido sí a alguna de las preguntas anteriores, aporte detalle.
Conocemos la respuesta en todos los casos: han sido invenciones de la humanidad (realizadas tambien mediante ensayo y error, han sido fruto de muchas manos y continúan evolucionando. Esto es lo que vuelve despreciables las paparruchas del creacionista, que compara la evolución con un torbellino que soplara sobre un deposito de chatarra y nos presentara después la forma de un avión jumbo.
¿Por qué hemos aceptado con tanta facilidad llamar a esta antigua no teoría ya refutada por su nuevo disfraz arteramente escogido de diseño inteligente?. No tiene nada en absoluto de inteligente. Son las mismas supercherias.
Una vez mas, en el momento en que uno se ha deshecho de las presuposiciones superfluas, la especulación acerca de quien nos diseñó para que fueramos diseñadores se vuelve tan infructuosa e irrelevante como la pregunta de quien diseñó al diseñador. Aristoteles, cuya argumentación acerca del motor inmóvil y la causa incausada representa los orígenes de este argumento, concluyó que la lógica necesitaría 47 o 55 dioses. Partiendo de una pluralidad de motores primigenios, los monoteistas lo han ido reduciendo a uno solo. Cada vez se acercan mas a la cifra redonda y verdadera.
Debemos hacer frente también al hecho de que la evolución es, aparte de mas inteligente que nosotros, infinitamente mas insensible, cruel y asimismo caprichosa.
| Tal vez sea significativo que el papado de la Edad Media rechazara siempre la idea de cero por considerarla extraña y herética, tal vez debido a su origen supuestamente árabe (en realidad sánscrito); pero tal vez también porque albergaba una posibilidad espantosa.
Génesis: ¿Cómo se puede demostrar en un párrafo que este libro fue escrito por hombres ignorantes y no por ningún dios? Porque se concede al hombre dominio sobre las bestias, ganados y peces. Pero no se especifica nada acerca de los dinosaurios, los plesiosauros ni los pterodáctilos, ya que sus autores no conocían su existencia, ni menos aun su creación supuestamente especial e inmediata. Tampoco se menciona a ningún marsupial, porque Australia (el siguiente candidato a nuevo eden después de Mesoamérica) no figuraba en ningún mapa conocido. Y lo mas importante de todo: en el Génesis no se otorga al hombre dominio sobre los gérmenes y la bacterias porque no se conocía ni comprendía la existencia de estas criaturas necesarias pero peligrosas. Y, de haberse conocido o comprendido, hubiera quedado de manifiesto al instante que estas formas de vida tenían dominio sobre nosotros y que seguirían gozando de él de forma inapelable hasta que los sacerdotes hubieran recibido algún codazo y la investigación científica hubiese gozado por fin de una oportunidad.
Tal vez la tarea mas desalentadora a la que nos enfrentemos sea la contemplación de nuestro propio peso relativo en el orden de las cosas. Nuestro lugar en el cosmos es tan inconcebiblemente pequeño que, con nuestra miserable dotación de materia craneal, ni siquiera somos capaces de contemplarlo durante mucho tiempo. No menos difícil resulta descubrir que tal vez seamos una presencia en la tierra bastante aleatoria.
Al menos no nos encontramos en el lugar de aquellos seres humanos que murieron sin haber tenido siquiera la oportunidad de relatar su historia, ni en el de quienes mueren hoy día y en este mismo instante tras unos minutos desnudos y retorcidos de dolorosa y atemorizada existencia.
Nuestro solipsismo, manifiesto de a menudo de forma esquemática o caricaturesca, suele representar la evolución como una especie de escalera o progresión en cuya primera imagen aparece un pez jadeante en la orilla; en las siguientes, aparecen unas figuras encorvadas y de mandibula prominente y, a continuación, de forma gradual, un hombre erguido con traje, agitando el paraguas y gritando ¡TAXI!. Hay una obstinada tendencia hacia la progresión ascendente. Esto no representa ninguna sorpresa; las criaturas ineficientes morirán o serán eliminadas por las que hayan tenido mas éxito. Pero el progreso no niega la idea de aleatoriedad. Si se pudiera volver a plantar este árbol o volver a poner a cocer la sopa entera, muy probablemente no se repetirían los mismos resultados que ahora conocemos.
Todos somos conscientes de que nuestra naturaleza y nuestra existencia se basa en el hecho de ser vertebrados.
La teoría del caos nos ha familiarizado con la idea de que el aleteo inesperado de una mariposa desencadena un leve céfiro y acaba ocasionando un furibundo tifón. Toda supresión es burda: suprimes una cosa y en el acto estás suprimiendo la de al lado.
Heisenberg: toda tentativa de tratar de medir algo tendrá como consecuencia la alteración minuciosa de aquello que se desea medir.
Tal vez sea demasiado pronto para afirmar que todo el progreso es positivo o ascendente, pero la evolución humana todavía está en curso. Ello se aprecia en el modo en que adquirimos inmunidades, y también en el modo en que no las adquirimos.
Voltaire afirmó que si dios no existiera, sería necesario inventarlo. Para empezar, el problema es la invención humana de dios. Hemos analizado nuestra evolución hacia atrás, viendo como la vida dejaba atrás temporalmente la extinción y sabiendo ya que el conocimiento es por fin capaz de revisar y explicar la ignorancia. La religión, es cierto, todavía posee la inmensa aunque torpe y poco flexible ventaja de haber llegado primero. (fin)